MISTERIO

Angel Cadena Padròn. Catemaco, ver. año 1950

En plàticas placenteras
de esas de matrimonio;
le dije a mi compañera-
Como un fiel testimonio
de lo mucho que te quiero
y lo que peno por tì;
si tù mueres primero
ven desde luego por mì.

Aceptò con gran pesar
por el temor de la muerte
y dijo; me haces llorar,
màs si esa es mi suerte
y con mi ruego obtengo
permiso de nuestro Dios;
prometo que por tì vengo
para estar juntos los dos.

Ella muriò y en vano
he esperado su visita
tal vez el Dios soberano
que venga no lo permita....
o es que allà no hay otra vida.
Duda que no me resuelve:
¿si hay algo que se lo impida,
o el que muere ya no vuelve?

(de mi querido abuelo, Angel Cadena Padròn)
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Publicado por Antonio Francisco Rodríguez Alvarado

sábado, 9 de enero de 2016

LA POZA Y EL KÁISER Antonio Fco. Rguez. A.

“LA POZA”

Y EL «KÁISER»
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

Imagen de Internet

Por ratos el tío Toño paraba su marcha y volteaba la cabeza atrás para ver si su anciana madre lo venía siguiendo en el trayecto de unos 2 km hacia el terreno situado a la mera entrada a Catemaco y que era conocido como “La Poza”. Él, portando el machete en la cintura y costalillas de yute, siempre se acompañaba de su fiel perro negro pastor alemán “Káiser”.

     A un costado de la entrada del terreno se encontraba un altarcito con una cruz de mediano tamaño, conocida como «La Cruz del Perdón», la cual había traído su difunto padre desde las Islas Canarias. Cada vez que mi tío era acompañado por mi abuelita “Vita”, ella se quedaba un rato rezando en el altarcito para después ayudar al hijo a recoger y meter en las costalillas las semillas de café o las variadas frutas cultivadas por la familia. Más de la mitad del terreno estaba a nivel de la carretera y había árboles de maderas preciosas como robles y cedros, y frutales como naranjos, limoneros, aguacates, zapotes mamey y domingo, nanches, jinicuiles, chagalapolis, ciruela, tamarindos, etc., además, era común observar ardillas, iguanas, garrobos, culebras, y diferentes variedades de aves, entre ellas tucanes sobre los árboles de guarumbo. Se disfrutaba del sonido emitido por los animales, así como del provocado por alguna fruta al caer sobre el suelo de hojarasca. Y obvio, los ladridos de “Káiser” y uno que otro regaño o llamada de precaución  de mi abuelita a su hijo.

Imagen de Internet

     Al terminar la planicie del terreno, a través de una pendiente se llegaba a una gran hondonada en la que se encontraba una bellísima lagunita o poza, formada por un brazo del río Grande o Catemaco, de agua fresca y cristalina, donde se  podía pescar topotes, mojarras y anguilas de agua dulce, había además, un par de nutrias, y era un deleite verlas jugando. Sobre sus  orillas otorgaban una gran sombra y suave brisa los sabinos o ahuehuetes y árboles de apompo en cuya base y raíces  sumergidas, encontrábamos ategogolos. Ocasionalmente amarrado a un árbol había una lancha de remos. Debo aclarar, que en tiempo de lluvias era muy peligroso acercarse a la orilla pues se ponía pantanoso, en una ocasión, a mis 10 años de edad, me hundí en el lodo casi hasta los hombros, afortunadamente un amigo mayor que yo me salvó jalándome con la rama de un árbol. En sí, era todo un paraíso y mi familia paterna Rodríguez Mortera era la dueña de él.

     Terminada la visita y la recolección de frutas o de semillas de café, mi tío cargaba una costalilla y dejaba otra escondida para volver pronto por ella.  Al regreso ya venían más juntos y platicando madre e hijo, acompañados por “Káiser” quien feliz por verlos unidos se metía a caminar en medio de ambos. Llegando a casa mi abuelita se iba a la cocina a preparar algo de comer o le encargaba a Galdina, su cocinera, que lo hiciera. En tanto, mi tío, tomaba un periódico o una revista y se sentaba a leer en el “poyo” del corredor de la casa, en donde además miraba pasar a la gente y se saludaba con alguna que otra persona. “Káiser» dormitaba echado a sus pies.

Mi abuelita «Vita»

     Mi tío, frisaba los 50 años de edad, era alto, robusto, de tez blanca y ojos cafés claros, siempre se mantuvo soltero, y fue el eterno compañero de mi abuela, ella tenía arriba de 70 años de edad, era una mujer de mediana estatura, de tez morena clara y ojos color café. Ella fue hija de don Francisco Mortera Sinta, último cacique porfiriano de Catemaco y había enviudado del terrateniente español Antonio Mariano Rodríguez González. Siempre muy activa, una excelente ama de casa, muy cariñosa con sus hijos y nietos.  Ahora, el “Káiser” fue regalado a mi tío desde cachorrito, y ya tenía cerca de 10 años viviendo al lado de ellos dos.

Imagen de Internet

    Era admirable ver la nobleza del “Káiser” con mi tío, no lo dejaba sólo ni a sol ni a sombra, era su ángel guardián. Únicamente en las noches, se le separaba para dormir en la terraza que daba al patio de la casa.   En la calle, así como mi tío volteaba para ver si lo seguía mi abuela, el fiel perro volteaba a ver a su dueño. Para mi tío era innecesario hablarle, entendía con los gestos y movimientos de él. Solamente se dejaba acariciar por el amo y por mí abuela.  

     Unos cinco años después, mi tío empezó a sentirse mal y se pasó cerca de 3 días sin pararse de su cama, hasta que al 4º. día, quedó completamente inerte en ella. Lo que parecía un cansancio general terminó, a decir del médico, en un infarto cardíaco. Mi abuela y el perro se quedaban solos. Al día siguiente, durante la marcha al sepelio, se escuchaban voces de condolencias, de recuerdos sobre el difunto, el llanto de la gente que lo quiso, palmadas sobre las espaldas de los familiares, y en la cara de mi abuela por primera vez en mi vida vi surcar las lágrimas desde sus ojos. Toda su fortaleza, se desvanecía ante la pérdida del único hijo que nunca, nunca dejo de estar con ella.

     En completo silencio, y con la cabeza baja como en señal de duelo “Káiser” acompañaba al cortejo detrás del féretro.

     Al bajar el ataúd al hoyo, “Káiser” lanzó un fuerte y lastimoso aullido, mi abuela no pudo más y caminó hacia él y lo abrazó, los llantos de ella y los gemidos de “Káiser” apenas eran apagados por el sepulcral ruido de los palazos de tierra que caían uno tras otro sobre la humanidad del ser más querido por ellos dos.

Imagen de Internet

     Se quebró el cuerpo y el alma de ambos. “Káiser” dejó de comer y seguido se desaparecía de la casa, mi abuela sabía a dónde iba, sacó su viejo rosario y empezó a rezar por su hijo y por él.

Publicado por Antonio Francisco Rodríguez Alvarado en 14:56 2 comentarios:

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Protegido: sábado, 9 de enero de 2016

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CONCIERTO GRANDE

Cuarteto musical de Catemaco, fotografìa de hace aproximadamente 123 años

integrado por:

de izquierda a derecha:

Juliàn Moreno Armengual

Rafaèl Moreno

niño, Abelardo Moreno Armengual (primer oftaalmologo del estado de Veracruz)

Muaro Zacarìas de la comunidad La Victoria de Catemaco, ver

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MI BAUL DE RECUERDOS JUVENILES

  «Al estar arañando los setenta años de vida, pienso que cada tarde es una lenta despedida y eso obliga a vaciar el arcón de los recuerdos y compartirlos»

                        Xalapa, Veracruz 5 nov 1976

                                       NO QUIERO TU AMOR?

NO me molesten los recuerdos

NO deseo en ti ya pensar

NO quiero hacerte más versos

NO ya no quiero a ti soñar

QUIERO recobrar la calma

QUIERO volver a sonreír

QUIERO apagar del amor la llama

QUIERO tu fuego de mi extinguir

TU imagen quiero ya borrar

TU recuerdo de mi apartar

TU cuando te puedas de mi acordar

TU por nuestro amor vas a llorar

¿AMOR para ti ya nunca más?

¿AMOR a quién no ama para qué?

AMOR ya no voy a darte jamás

AMOR; aunque me muera te olvidaré.

Autor: Roberto A. Amengual Cadena

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SEMILLAS DE LOS LLANOS DE ARIDANE

por

ROBERTO RAMIREZ RODRIGUEZ


Domingo, 16 de Noviembre de 2008
Esta es la vieja historia de un migrante español que nació en el poblado de Los Llanos de Aridane de
La Palma, una de las islas Canarias en España: hace muchos años, el joven Antonio Mariano
Rodríguez González decidió, en compañía de sus hermanos, abandonar su patria en busca de
mejores expectativas económicas para vivir y vivir bien. Le habían hablado tanto de Cuba como
un país en pleno desarrollo que ahí dirigió sus pasos con firmeza y fe, formó una familia y vivió
muchos años dedicado al comercio y a la agricultura. Sin embargo, un día inesperado, la tienda de
su propiedad se quemó, los campos cultivables se vinieron abajo y perdió a su esposa. Viudo y
desalentado por la tragedia vendió sus propiedades y no le quedó un palmo de tierra en el país
que le había dado cobijo. No me duele mi ruina, dijo antes de partir a México en busca de fortuna;
se embarcó en el barco Nuestra Señora del Rosario y arribó al Puerto de Veracruz en donde se
dedicó al comercio. Vendía vinos, licores y puros. En uno de sus viajes al interior del estado de
Veracruz conoció a una joven y hermosa indígena de la región Tehuana con el nombre de Olivia
Mortera. Como en los cuentos que cuentan los abuelos muy pronto se casó con ella y vivieron
felices en el pueblo de Catemaco asentados a orillas de un lago. Fue el inicio del florecimiento del
mestizaje puro: nacieron 10 hijos del matrimonio. Uno de sus nietos es el que escribe estas líneas.
Perennidad del mestizaje en el siglo XXI. Lo que escribo es mío, muchos de los protagonistas que
comparten esta historia están muertos, entre ellos mi adorable madre Isabel, hija de Don Antonio,
mi abuelo. Recuerdo, y no se me olvida, la casa grande de madera de mis abuelos asentada en el
centro del pueblo; estaba en alto, cercada por un fresco corredor y su pollito, frente a la calle. Del
otro lado de la casa, una cerca de alambre rodeaba un gran patio con enormes, árboles frutales,
gallinas, patos, semilleros, una pequeña hortaliza y chachalacas enjauladas que al alba, con su
canto alborotado, señalaban a mi abuelo la hora de partir al campo. Recuerdo, y no se me olvida,
el paso de la gente saludando a mis abuelos sentados en el corredor en un cómodo sillón
recibiendo el viento fresco de la tarde. -¡Adiós Don Antonio!¡Adiós doña Libita! Les decían.-.
¡Adiós! Contestaban sonrientes. Recuerdo, y no se me olvida, que en la casa no había azotea para
mirar el paisaje. El tejado era de dos aguas y una grandiosa torre cuadrada, rematada con un
enorme reloj, se apreciaba desde donde se sentaban. Destacaba el enorme comedor junto a la
cocina bañada por los aires del sureste que venían de la laguna. En ese lugar íntimo de frescor
Inmutable, mi abuelo gustaba de reunirse los largos domingos con sus hijos y nietos con el fin de
charlar, degustar ricas botanas de jamón y queso y exquisitos guisados cocinados por mi
abuela acompañados de las aguas frescas de naranja y limón cortados del patio. La gente le
decía a mi abuelo Don Antonio y sus hijos y nietos le llamábamos cariñosamente papàtoto. Era
alto, fuerte y usaba lentes. Tomaba mucho café y fumaba puro, a veces pipa bañada en vino. Sus
enormes manos las presumía cargando a dos nietos al mismo tiempo. Usaba monedero, reloj de
bolsillo y cinturón ancho. Caminaba lento, seguro, siempre con una sonrisa amable estampada
en su rostro. Recuerdo, y no se me olvida, el escándalo que hacía cuando recibía alguna carta de
sus familiares de Cuba; a veces le mandaban por correo semillas de frutas o pequeñas raíces de
plantas medicinales que sembraba de inmediato en su patio. Al terminar de comer, mientras
tomaba café y fumaba su puro como uno de sus placeres favoritos, empezaba a quitar con su
navaja de bolsillo las semillas de los restos de las frutas que habían quedado de la comida
con el fin de sembrarlas en los arriates del patio o regalarlas a los amigos. Antes de sembrarlas
Hay que darles un poco de sol, recomendaba. Cantaba una que otra canción en voz baja. Tal
parecía que sembrar era su destino, sembró muchas amistades en su vida. Memoria desvanecida
la de esta historia. Recuerdo, y no se me olvida, sus viajes a Montepío, un hermoso lugar a orillas
del Golfo de México al que solo se podía llegar a caballo o en mula. En ese pequeño poblado,
rodeado por montañas que se meten al mar y por el Volcán de San Martin, vivían agricultores
franceses que organizaban tertulias en su casona asentada frente al mar. Mi abuelo no solo iba a
Montepío por complacer a mi abuela, ni siquiera por bailar con ella, sino al contrario, su interés
radicaba en sacar con su navaja las semillas de las frutas raras del banquete ofrecido, meterlas
en la bolsa secreta de su traje de gala y cambiar, a la salida de la fiesta, impresiones sobre
Agricultura y semillas con los nativos del pueblo. A la entrada de Catemaco, a un lado del camino
real, colocó una enorme cruz de madera a la que llamó La Cruz del Perdón con el fin de que
todos los que entraran al pueblo, pero sobre todos los migrantes, tuvieran un lugar de reposo en
su andar, oraran y recibieran el perdón, esta cruz, que aún permanece en el lugar rodeada de
aguacates y naranjas dulces, fue construida con una madera que ha perdurado más de cien años.
Un domingo, antes de morir, papàtoto le pidió a mi abuela desde su lecho de enfermo que
reuniera a todos sus nietos. Su voz era distinta, no era la del pausado señor que presidía las
fiestas los domingos, ni siquiera del trataba de entonar una canción en voz baja. Todos los nietos
iban y venían, pero en fin nos pusimos en fila y yo fui el último en formarme. Uno a uno pasaban
mis primos frente a él, los saludaba con su grave voz, hablaba con ellos y les daba, además de una
palmadita en el cachete una moneda pequeña de oro que sacaba de su monedero con tantas
monedas como nietos había en su recámara , sin embargo, cuando tocó mi turno se sorprendió
al ver que ya se habían acabado las monedas. Sus ojos denotaron ansiedad. Pidió a mi abuela
una pequeña caja que estaba en su escritorio, sacó de ella doce semillas como si fueran los doce
Apóstoles, los doce meses del año o quizás porque en esos momentos sonaban las doce campa_
nadas del día, las envolvió en un papel y me dijo. -¡ Ten, siémbralas en tu patio porque algún día
Florecerán ! Puso su mano enorme sobre mi hombro y sonrío. Jamás lo volví a ver con vida.
Algunas de estas semillas las sembré en el patio de mi casa, otras las regalé y la última la sembré
en el parque siguiendo el ejemplo paternal. De las semillas nacieron árboles de naranjas dulces.
En aquel lejano tiempo, no hubo un solo catemaqueño que no probara aquella fruta jugosa here_
dada de un hombre que decía que en esta vida hay que sembrar semillas para que los campos
florezcan, se inunden de flores y frutas y las amistades perduren
Sin mayor esperanza, he buscado a lo largo de los años el sabor de los días de mi niñez con mi
Abuelo, algunas veces he creído recuperarlos en mi incierta memoria, pero no ha vuelto, salvo
algunas noches que he soñado con chachalacas enjauladas despertando a mi abuelo que un dà
partió de Los Llanos de Aridane con el fin de sembrar al mundo de semillas.
(hermoso relato sobre mi bisabuelo papàtoto, no lo conocí, solo a mi dulce bisabuela Olivita)

Dr. Roberto Antonio Armengual Cadena

don Antonio Mariano Rodrìguez Gonzàlez
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Protegido: Del IPN al cerro del Mono Blanco de Catemaco en 1972

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ROBERTO RAMIREZ RODRIGUEZ

El invento de la rueda acercò a la

humanidad, eliminò el sentido

mìtico del infinito, y el mundo se

volvìo plano.

El abuelo totonaco

Transcribo una pequeña semblanza de la contraportada del libro de su autorìa llamado:

» UN DIA DESPUÈS DEL DILUVIO «

  • ROBERTO RAMIREZ RODRIGUEZ, es Arquitecto, Investigador Acadèmico
  • del Instituto de Antropologia de la Universidad Veracruzana.
  • durante se estancia como Director del Museo de Sitio de El Tajìn, fundò una
  • escuela de Educaciòn Bàsica y, en Xalapa, fue cofundador de de una Escuela
  • de Segunda Enseñanza.
    • Diplomado en Vivienda Popular ha sido catedràtico de la Facultad de
    • Arquitectura.
      • Entre sus libros publicados se cuentan, ademàs de Un Dìa Despuès del El
      • Diluvio, Atlanticu y Loterìa de Cuentos, este ùltimo premiado por Editorial
      • Planeta y la Loterìa Nacional.
        • En la actualidad, publica articulos, nacionales e internacionales, y en revistas
        • especializadas
          • 30 de julio de 2010.

‘despuès del golpe del asteroide todo fue caos,

y en el cielo todo profundamente azul. Lìmpida la atmòsfera.

Todo era recièn nacido. Por primera vez, apareciò el sol

en el mundo y los ciclos de los tiempos dieron oaso a otro ciclo.

Surgiò la primavera. La humanidad renaciò’. Dijo el abuelo totonaco…

fragmento del libro

.i

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EL CURA DE CATEMACO

Existen ocasiones, pocas, en las que el trabajo puede resultar sorprendente tras ejercerlo durante más de 25 años, día tras día. Cuando apenas tenía veinte primaveras, oposité, lo que hace la mayoría de licenciados en lo que llaman carreras humanistas. Este nombre siempre me ha hecho gracia, por que el futuro profesional de las que las cursan dista mucho, en general, de tener algo de humano. Contra todo pronostico saque plaza, un discreto número, 628, que me permitió no alejarme demasiado de lo eran mis preferencias.
En este país mío, donde todos somos tan federalistas, los funcionarios desempeñamos básicamente la nada difícil tarea de conseguir que cualquier trámite, en especial aquellos que solicitan ayuda económica al gobierno federal,( o al estatal, o provincial, o local) , se pierda en un laberinto de solicitudes y formularios, de tal forma que si se llegara a resolver ya no fuera aplicable. De hecho hemos desarrollado un sistema basado en mínimos esfuerzos de resultados increíblemente provechosos para la madre patria. Tanto es así que desde que entré a formar parte del equipo de la Secretaria Provincial General del Ministerio del Estado de Veracruz para la Educación y Formación de la Juventud, ni un solo peso ha llegado a su destino solicitado, por haber desaparecido el objeto de la subvención, o por no haber llegado nunca a salir de las bolsas del erario público.
En general, mi trabajo consiste en eso, en enmarañar las solicitudes, generar formularios que requieran de una serie de prerequisitos previos, que a su vez precisen rellenar otros informes con sus imprescindibles y correspondientes vistos buenos de las autoridades públicas competentes. El proceso de obtener el último de los formularios suele llevar entre cuatro y ocho años, quedando entonces la revisión del Organo Superior del Consejo de la Secretaria, que se reúne cada año un par de veces. Al no alcanzarse acuerdo, cosa que nunca ocurre al no contar con suficiente presupuesto, se pospone hasta la siguiente reunión y si, milagrosamente, estos últimos tiempos sólo se escabulleron dos que llevaban más de cinco años estudiándose, se aprueba, falta aún conseguir el visto bueno del Secretario General al que yo personalmente le entrego la súplica. Con todo esto, hemos conseguido un proceso medio no inferior a doce años.
Hace tres semanas, lunes, es raro que se entregue ningún documento en lunes pues sólo clasificarlo cuesta cerca de tres días laborables, llegó a mi mesa una solicitud perfectamente cumplimentada. La fecha de inicio de las gestiones que figura en la primera página de un dossier de unos trescientos folios, era de apenas un mes anterior. Como es lógico hice llamar al responsable del glosario, para que corrigiera lo que, sin duda alguna se trataba de un error. Tras varias llamadas en las que se excusaron, sin duda no había agallas para justificar una errata en algo tan fundamental como la fecha de inicio, escuché al otro lado del interfono una voz, temblorosa toda ella, de mi subalterno que apenas llego a articular unas palabras confusas en las que pude comprender, y sin darle crédito, que no había tal confusión: la petición había completado todo su ciclo en poco más de un mes, Organo Superior del Consejo de la Secretaría incluido.
Decidí, inmediatamente ponerme en contacto con el Presidente del Organo Superior del Consejo de la Secretaría, para que me diera sin falta, alguna explicación para un hecho tan inexplicable como dañino (la escasez de fondos de la Secretaria Provincial General del Ministerio del Estado de Veracruz para la Educación y Formación de la Juventud no podía ser puesta en duda aprobando un expediente en ese tiempo)
Su secretaria le pasó mi llamada, la respuesta, si clara, resultaba inquietante “Esperaba tu llamada, pero sé que incluso tú habrías hecho lo mismo. Estudia el caso antes de perderlo. Hazte ese favor”
Decidí no responder de inmediato, por lo furioso que estaba, por lo sorprendente de lo acontecido, no sólo la unanimidad en la decisión del Organo Superior, sino el tuteo recibido desde su Presidente.
Dado que los informes, anexos y formularios que componen en general un expediente resultan de escasa utilidad para entender las razones de la solicitud, opté por ir al origen, al solicitante, para que en persona me diera cuenta de esos, sin duda extraordinarios, motivos que habían enloquecido a los doce componentes del Organo Superior y a más de cincuenta funcionarios de niveles I y II (funcionarios de cara al público). Con ese motivo, y sólo con ese, salí al día siguiente hacia el pueblo de Catemaco.
Es un viaje incómodo por carreteras secundarias de algo más de doscientos kilómetros, que te llevan desde Veracruz ha Catemaco.
No había estado nunca en ese pueblo, y no creo que vuelva a pasar siquiera por ahí. Su única calle asfaltada es la principal, que atraviesa un pueblo lineal de apenas diez cuadras de largo por tres o cuatro de ancho, que se encuentra a las faldas de las cataratas de Aguazul. Era un destino turístico para los primeros yankees que pasaban sus vacaciones en el Estado. De aquellos tiempos sólo quedan ruinosos hoteles en plena decadencia.
Mi conductor preguntó en el Ayuntamiento el paradero del responsable de la escuela local y siguiendo unas precisas indicaciones, en poco más de diez minutos nos encontramos al principio de una senda, a la salida del poblacho, que debía conducir a la misma escuela.
Preferí que mi ayudante y chofer esperaran ahí mismo, pues no parecía lógico que nos desplazáramos todos para llegar a resolver unas dudas tan estrictamente personales como las que yo tenía. Al llegar al final de la senda que se empinaba hacia el nacimiento de encontré una escuela vacía a las 12 AM de un martes lectivo. Los pupitres, apenas veinte, se encontraban desvencijados, pulidos los asientos de puro uso. Las ventanas remendadas con plásticos y un techo lleno de agujeros por donde no sólo entraba la luz del mediodía, sino también algún que otro pájaro. La pizarra estaba en bastante buen estado y unos dibujos, muchos para tan pocos asientos, cubrían las paredes.
A mi espalda, al fin, escuché una voz: usted debe de ser del Ministerio, ¿cierto?- me asombró un cierto tono desafiante en la frase.
– Cierto. De hecho soy el Subsecretario. Supongo que usted es el responsable de la escuela y de que me podrá explicar, no sólo la ausencia completamente injustificable de los alumnos de esta escuela a estas horas, sino también el motivo que le llevó a entender que esta escuela, que no está nada mal en comparación con otras muchas, merece la ayuda del Estado. Entenderá que no podemos ir despilfarrando el dinero público en caprichos de maestros o de madrecitas aburridas y por eso..- en el instante interrumpió mi discurso con toda la calma con la que un padre calla a un hijo.
– La ayuda no la pido para la escuela sino para sus alumnos- delante tenía un sacerdote español, a deducir por su acento, de unos 60 años, con el escaso pelo totalmente blanco- y coincido con usted en que sin duda otras escuelas la merecen más que esta. La culpa es mía. Fui yo mismo quien, sin darme cuenta, les ha generado la necesidad para la que solicitó ayuda.
Los alumnos llegaron en ese momento. De todas las edades, es un hecho nada inusual que en los pueblos pequeños compartan clase y profesor, desaliñados y sobnolientos. La mayoría de ellos, por no decir todos, iba con ropas manchadas y en más de algún caso, haraposas.
– Niños, saluden al Secretario General. Dolores- indicó- hazte cargo de la clase mientras el señor Subsecretario y yo hablamos.
Con un gesto el sacerdote me marcó el camino. Apenas a unos pasos, los justos para dejar atrás la algarabía de la clase, había una mesa a la sobra de un gran banano.
– Son lindos sus muchachos- comenté intentando restar un poco de acritud a mi postura.
– Lo son. Sí que son majos…. Mire, ya sé que ha sido una osadía por mi parte pedirles esa ayuda, soy consciente de las limitaciones actuales del Ministerio, pero es lo mínimo que puedo hacer para intentar limpiar mi culpa. Todo empezó hará mes y medio, a primera hora (entonces eso sobre a las nueve de la mañana), cuando Zonaidita interrumpió, como hacia casi siempre, mi explicación sobre las funciones cerebrales. Zonaidita es una niña especial, siempre lo ha sido. Llegó a la escuela cuando tenía cinco años, era la más joven y nunca antes había tenido una criatura de tan corta edad. Pero eso importó poco. A pesar de su aparente debilidad, aún hoy es de constitución frágil, su carácter le hizo ganarse pronto el respeto y cuando me quise dar cuenta, llevaba ella la clase, de hecho, es su delegada, y no sólo en el sentido académico. De alguna forma, supongo que por su fortaleza y bondad, se ha vuelto la hermana mayor del resto, incluidos los chicos mayores que le sacan más de seis años.
Me interrumpió, le decía, con una pregunta de esas que yo sé que sola ella es capaz de formular. “Profesor”, me dijo con ese aplomo de licenciado superior que tuvo desde el principio, “¿qué son los sueños?”. Sus ojos brillaban, como lo hacen siempre que le interesa algo de lo que explico o invento. Apoyadas sus manitas en el pupitre le sujetaban su cabeza inclinada, reclamando una respuesta. Será que con los años se me va cuajando el cerebro, pero me pareció oportuno contestar lo que algunas veces todos hemos pensado. No supe medir las posibles consecuencias.
El resto de chicos rió con la pregunta. “Zonaidita, los sueños son nuestras más secretas esperanzas, lo mejor que llevamos dentro, y por eso viven con las estrellas. Antes, en el medievo- acabábamos de estudiarlo la semana anterior- los caballeros valientes y las princesas amazonas los cazaban de noche en el cielo” La carcajada del resto fue un estallido, y Juan, uno de los chicos mayores, deformó los versos de Dario (siempre le gustó mucho ese autor) y se lanzó a recitar de pronto “Zonaidita, las princesas primorosas se parecen mucho a ti cortan lirios, cortan rosas, cortan astros, son así”. La burla ingeniosa del chico no hizo sino crecer las risotadas. Sin embargo, Zonaidita no reía, su mirada estaba llena de chispas y no hizo el menor caso de nada el resto del día. Esa noche, al regresa sus más amigas a sus casas sin ella, los padres de Zonaidita preguntaron sin obtener más respuesta que un escueto “se fue de caza”. No se preocuparon, Zonaidita siempre ha sido traviesa y acostumbra a desaparecer sin dar explicación alguna. Pero tampoco regresó al día siguiente. Ni vino a la escuela.
A la segunda noche de ausencia, sus amigas se reunieron en el mismo risco, allá arriba donde nace la cascada, y pasaron horas mirando al cielo buscándola. En pocos días, toda la clase. Ahora, ahora vienen de pueblos vecinos, que ya no hay sitio libre en la roca, por ver si la ven cazar su sueño. Por eso les he pedido ayuda, y por eso mis zagales llegan a estas horas a la escuela.
Aturdido por la explicación regrese al auto, pidiendo a mi chofer que pusiera rumbo al ministerio a la mayor urgencia. Al llegar redacte un informe corto, en el que no tuve valor de relatar esta entrevista, pero que incluía en letras grandes, un visto bueno de mi parte.
Hoy, durante la mañana, he recibido la orden del Excelentísimo Secretario General Provincial General del Ministerio del Estado de Veracruz para la Educación y Formación de la Juventud, de asignar parte del presupuesto anual al pueblo de Catemaco.
No sé si el Secretario ha investigado y como hice yo acabó en Catemaco, o bien leyó los informes. Quizá sea porque tiene una hija y teme que vaya sola a cazar estrellas…
La orden, con una partida asignada de 2850 pesos, detalla muy claramente el material a suministrar:
– Un compás.
– una regla.
– un mapa celeste.
– 476 telescopios.

TOMADA DE; LA PAGINA DE LOS CUENTOS X NOVECCENTO

http://www.loscuentos.net/cuentos/link/115/115862/

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LA CLASE; el Tema de hoy

 Por Elena Poniatowska

Patricio Redondo: un maestro ejemplar

(Maestro Español autoexiliado en México)

Tras la derrota republicana en 1939, Patricio Redondo viene a México como otros republicanos y se detiene en Coatzacoalcos, Veracruz, el 27 de julio de 1940, y de ahí camina a San Andrés, Tuxtla.

—Soy maestro—dice de casa en casa y pregunta: ¿Tiene usted hijos?

La familia de Manolete Pretelin, Norma Turrent de López, don Juan de la Cera y su bella hija Hermila de la fábrica de puros donde se aplanan las hojas de tabaco todavía húmedas responden:
—Sí tenemos hijos, pero lo que no tenemos es escuela.
—Eso no importa. Puedo darles clase bajo el árbol.

Todas las mañanas, los niños salen corriendo y se sientan bajo el árbol y así Patricio Redondo les enseña a leer y a escribir con el sistema de Célestin Freinet, que consiste en imprimir sus ideas y pensamientos. La tipografía la hace Patricio con cajas de cerillos. Los alumnos escriben un texto y luego lo imprimen escogiendo cada una de las letras y más tarde redactan el libro de la vida en el que narran sus vivencias y las de San Andrés. Para Patricio Redondo, la escuela tradicional con sus premios y castigos es mala. Apuesta a formar niños libres que piensen por sí mismos y no cotorritos que memoricen perico perro. Integra las matemáticas a sus actividades diarias: el cultivo y la cría de animales, el respeto a la naturaleza, el conocimiento de las semillas. Da a los niños la única llave que importa, la llave del campo, y procura que la escuela esté rodeada de bosque y que los niños pasen mucho tiempo al aire libre.

Mientras otros colegas refugiados prefieren la ciudad de México, como José de Tapia Bujalance y su Escuela Activa, Patricio escoge San Andrés y convoca a niños y a adultos. Primero les enseña a silabear y luego a escribir frases completas tomadas de su conversación. En 1941, Patricio entra a trabajar en la Escuela Secundaria por Cooperación y con su sueldo manda hacer una prensa escolar. Escribe al grabador Alberto Beltrán: Seguimos dando las clases completamente gratuitas, de preferencia a niños y a mayores analfabetos de la población indígena.

En el Taller de Gráfica Popular, Albert Steiner le enseña a Beltrán un cuadernito enviado desde San Andrés Tuxtla, porque él le regala el linóleo para grabar a los niños de la escuela de Patricio. A Beltrán le resulta muy conmovedora y les escribe y a su vez le responden preguntándole cómo se viste, cuanto mide, qué come, cómo es su cara, cómo conoció la revista. Encantado Alberto viaja a San Andrés y su primera gran sorpresa es descubrir que Patricio es español. También Patricio le dice a Beltrán: yo creía que era usted un hombre grande y veo a un joven. Ningún abrazo más fructífero. A Beltrán, en San Andrés, le impresiona la modestia de la casa alquilada que funge como escuela, la sencillez de Patricio, que duerme en el piso; toda su conducta es una lección de vida. En alguno de los cuadernitos lee:

“Mi mamá se enfermó
Se la llevaron al hospital
en una ambulancia
Se estuvo como 1000 días.”

¡Qué manera más clara de describir el drama de la ausencia! En 1944, ya la escuela incorporada al sistema de educación federal cuenta con 60 alumnos y los niños envían por correo a sus amigos los cuadernos Mi afán, Mexicanitos, Xochitl, Nacú que publican cada mes. Patricio Redondo prepara a un grupo de maestros e invita a la Escuela Normal de Xalapa para que practique el método Freinet, que también lleva a las comunidades indígenas de Chiapas. Sus aliados son Hermila de la Cera y sus grandes discípulos Julio Chigo, Emilio y Norma Turrent de López y otros maestros que lo respetan y admiran.

La escuela de San Andrés Tuxtla nunca cierra sus puertas, los niños le hablan de tú al profesor, pueden ir a cualquier hora fuera de clases, hasta en la noche, y los domingos, y aunque la escuela ya está incorporada a la Secretaría de Educación, tienen la libertad de aprender jugando. Salen con su maestro a la Laguna Encantada, al lago de Catemaco a comerpellizcadas y a visitar al Salto de Eyipantla, y sus paseos tienen mucho en común con los del maestro español de la fabulosa película, La lengua de las mariposas.

A pesar de que Patricio Redondo hace tanto por los niños y la educación en México, una de sus aspiraciones es obtener un documento oficial de la Secretaría de Educación Pública, por lo que en 1960, a los 75 años, entra como alumno en la Escuela de Pedagogía de la Universidad Veracruzana de Xalapa y obtiene el grado de Maestro en Pedagogía con su tesis Técnica Freinet. Hacia 1966, en medio de la construcción de la Escuela, su salud desmejora. Los padres de familia lo visitan con canastas de frutas, alimento para bebés, gelatinas, flores, atole y galletas pero unos meses después de colocar la primera piedra del edificio escolar, el 31 de marzo de 1967, Patricio Redondo muere a los 82 años y San Andrés lo despide con una marcha multitudinaria.

En su tumba, sus alumnos colocan una lápida hecha por Alberto Beltrán –su gran amigo. Beltrán graba en la piedra a un maestro rodeado de niños debajo de un árbol. Dos años más tarde, en 1969, se inaugura el edificio de la Escuela Experimental Freinet que funciona hasta el día de hoy.

Patricio Redondo exigió que sus alumnos no lo llamaran maestro. Nunca se creyó superior, nunca humilló a nadie porque no supiera contestar, nunca usó su título de maestro respetado para lucrar en beneficio propio ni para escalar en política, al contrario, sacó dinero de su bolsillo para la escuela. ¡Cuán lejos estamos de figuras como ésta y cuánta falta nos hacen en medio de tanta grilla y desprestigio educativo!

Trasquilar a los maestros en San Cristóbal, Chiapas, nos ofende a todos, imposible ver sin indignarse a un joven cortándole el pelo a una mujer de edad. Imposible aceptar que se pierdan generaciones de niños cuando lo que más le hace falta a nuestro país es la educación. Un pueblo ignorante se pierde para siempre dentro del concierto de las naciones.

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El río ya no canta…

Padre: Están matando a la tierra…¿Qué le han hecho al bosque que ya no tiene árboles? El río ya no canta. Sin leña y sin peces, tendremos que quemar la barca…

Serrat
Habitamos en un complejo mundo dominado por impulsos económicos que nos hacen cambiar para bien o para mal; este lugar común es también el escenario de los conocimientos adquirido durante nuestra caminata, desde el acontecer de nuestra existencia en el planeta, hasta la fecha.

Las huellas de los pasos de nuestros andar por el mundo nos han dejado profundos conocimientos científicos y tecnológicos que nos pertenecen a todos, pero, a la vez, son prestados; forman parte del acervo cultural de la humanidad que guarda nuestras experiencias, reflexiones y conocimientos, desde el tiempo lejano en que el hombre descubrió el fuego y la rueda hasta los actuales viajes siderales.
Así, andando por el mundo, no nos hemos detenido; sin embargo, no hemos sido capaces de vislumbrar mensajes, estímulos y sueños extraños, que nos llegan en cada momento y que acosan al planeta y la especie humana.
El más recurrente de estos sueños, más abundante en los hechos que en la memoria, inició apenas hace algunas décadas. Proviene de los gobernantes de los países poderosos del orbe: Convertir al mundo en un solo mundo dependiente de la ciencia y olvidar los valores humanos de cada nación con el fin de convertirlos en un solo valor: El dinero.
Sueño periódico que inició uniendo nación con nación, como si fuera un rompecabezas, hasta lograr la figura del planeta, teñido con un solo color que representara el comercio mundial. Mancha enorme, del mismo tono, por donde pudieran transitar libremente los hombres, sin importar razas ni religiones, con el fin de dar paso al libre comercio mundial.
Eterna quimera que cristalizó; se extendió por el mundo con tal rapidez, que el tiempo que ha durado – cuatro décadas- no sólo fue suficiente para engrandecer económicamente a los hombres más ricos del planeta sino también aumentó la pobreza en el mundo. Por las fronteras abiertas entraron a las naciones, socias de este proceso comercial, la competencia desleal, el desorden y libertinaje. Confines abiertos por donde llegó para quedarse la especulación. Ambición y codicia. Acaparadores y traficantes. La moneda se convirtió en el emblema del poder; en un dios. El mundo entró en crisis.
Sueño malogrado. Los países pobres se hicieran más pobres y los pocos países ricos más ricos.
Se acaban los bosques. Se secan los ríos. Crecen los mares y los peces se refugian en el fondo de los lagos. Sólo nos quedan las palabras, cantos y poemas, dedicados a la supervivencia de la Tierra, a su fertilidad mutilada. Pareciera que vivimos la época del inicio del mundo cuando los indígenas le cantaban a la Luna para que les enviara la lluvia para sus cosechas.
Pero, ¿de dónde proviene que nuestro mundo haya caído tan bruscamente de su esplendor económico y cultural en pocos años? ¿Fue acaso el hombre, fruto individual de la humanidad, el responsable del medio en que hoy vivimos, trabajamos y nos recreamos? ¿Fue el pensamiento de los hombres poderosos del mundo que instauraron la globalización para favorecer a los hombres del poder: industriales, financieros y políticos, impulsados por el estado de ánimo comercial mundial?
Cuando se habla de las crisis que agobian al mundo, casi todos pensamos en la económica, ya que es la que afecta directamente a la clase poderosa.
Hace unos cuantos días, la ONU reveló el informe para la Alimentación y la Agricultura en el mundo:
“Uno de cada seis habitantes del planeta pasa hambre todos los días. No es que las cosechas hayan sido malas. La falta de alimentos en las mesas de mil 20 millones de personas en todo el mundo –cerca de 10 veces la población de un país como México y casi el doble de la América Latina- es provocada por la crisis económica, que ha causado a la vez una disminución en los ingresos de los más pobres y un alza del desempleo”.
“…El problema ahora no es que escaseen los alimentos, sino que la gente más pobre y la que se ha empobrecido como consecuencia de la crisis, no puede pagar por ellos”.
Pero la crisis alimenticia de los millones de seres en el mundo no parece ser de mayor prioridad porque todos los aquejados son pobres.
La fuerza del poder, aliada con muchos medios de comunicación, sobre todo con la televisión, procura que sus planes políticos, sociales y económicos, trasciendan en los países pobres con prontitud. Y, las empresas televisivas, después de abandonar los ideales originales culturales para las que fueron creadas, mienten. Repiten una mentira mil veces y la convierten en verdad. Con la venia gubernamental, nos inculcan la cultura ajena de los países poderosos. Nos confunden. Nuestra realidad es trasmutada en nuestros propios hogares a través del cajón de las imágenes.
Así, los hilos de las muchas crisis que nos afectan -pobreza, financiera, valores humanos, ecológica y democrática – nos van dando una certera radiografía de los sistemas políticos actuales que se cubren con una máscara democrática, ocultan su verdadero rostro con el fin de que la esencia de su pensamiento vaya alterando costos comerciales, aumentando ganancias, especulando, empobreciendo a la gente y defendiendo el privilegio de la cada vez más reducida minoría rica, con consecuencias cada vez más siniestras para nuestro planeta como la contaminación de nuestros cielos, mares y tierra.
Las naciones ricas, pintados con el mismo color de las naciones pobres, tienen como fin destruir la soberanía de las naciones que ahora están padeciendo las crisis económica y alimenticia. Sin embargo, ante la falsa imagen que ha procurado los medios de comunicación, los ojos de la gente se recrean formando castillos en el aire que es necesario ir desmantelando para que el ser humano sobreviva.
El hambre en el mundo no podrá ser abatida mientras no se recuperen las capacidades productivas en materia agrícola y se apliquen, en cada nación, directrices agrarias con un amplio sentido humano. Es decir, evitar que las naciones del mundo estén uniformadas con el mismo color y así, que cada una adopte  los diferentes colores vibrantes del Arco iris con el fin de convertirse en naciones autosuficientes, con capacidad para dar de comer a sus habitantes.
De lo contrario, si no es así, mañana del cielo lloverá sangre, como canta al mundo Serrat, el admirable poeta.

Roberto Ramírez Rodríguez

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LA HISTORIA OCULTA DE CATEMACO

Roberto Ramírez Rodríguez

publicación de 2013

Desde su navío, en alta mar, el soldado español San Martín divisó, entre las montañas, un volcán que hacía erupción en tierras veracruzanas.

Ese día, alrededor del año 1640, mientras que el colonizador veía azorado el correr de la lava sobre las laderas de la montaña, y las llamas elevarse al cielo, ni siquiera imaginó lo que estaba sucediendo en las faldas montañosas, asentamiento de cientos de indígenas olmecas. No vislumbró que más allá del horizonte, donde miraba pero no advertía, se libraba una ardua lucha entre el hombre y la naturaleza.

Dos realidades: la visión del soldado desde su barco, y el temor de los indígenas que corrían despavoridos para salvarse de la impetuosa erupción que no sólo brotaba por el cráter del volcán sino que socavaba túneles para llevar su furia más allá de la montaña humeante.

Los moradores trataban de ganarle la carrera a la lava que escurría precipitadamente, incendiaba bosques, hacía arder los ríos y sepultaba, bajo las cenizas y las piedras ardientes, las casas y templos de la maravillosa cultura olmeca.

Los que se salvaron, corriendo entre el estallido del volcán y los grandes temblores de tierra, llegaron a un valle, ahí se refugiaron y fundaron el pueblo de San Andrés Tuxtla.

Cuando el famoso soldado dio parte a sus superiores del trágico episodio el volcán, llamado por los indígenas Titepetl o “cerro de fuego”, cambió de nombre por el de San Martín Tuxtla, en honor al soldado.

A partir de entonces, nació otra historia –poco conocida hasta ahora-. Los pueblos crecieron, se hicieron ciudades. La población aumentó. La fauna y la flora de la región afectada fue regenerada en más de trescientos años. Sin embargo, el hombre, abanderado con lo que hemos llamado progreso, más violento que una erupción volcánica fue acabando paulatinamente con bosques y selvas. Contaminó ríos, lagunas, y mares.

Lo que no vio el soldado colonizador desde su barco fue la catástrofe generada más allá de las montañas: la región había sido consumida por los volcanes.

La presión de la fuerza del Titepetl entró por cuevas, túneles, y cavernas, y salió hasta la región popoluca asentada en Catemaco y lugares circunvecinos. Nacieron nuevos volcanes que cubrieron de lava las casas de los moradores. De los cráteres del “cerro puntiagudo”, “el Mono blanco”, y el volcán de la Sierra de Santa Marta, Mecayapan y Pajapan brotó la energía contenida de Titepetl.

Pujanza volcánica que formó ríos subterráneos, lagunas encantadas que, actualmente, suben y bajan de nivel según el clima imperante.

Lo que no vio el soldado San Martín es lo que hoy día, después de casi 400 años, están viendo los catemaqueños.

Hace apenas una semana un grupo de trabajadores de la construcción, introduciendo el drenaje en una calle del centro de la ciudad de Catemaco, descubrió restos de casas de piedra y barro cubiertas con cenizas volcánicas.

Aunque no se ha dicho la última palabra sobre este episodio geológico, el INAH tiene bajo su resguardo las ruinas arqueológicas que hacen recordar el episodio de Pompeya sepultada en el año 79 por las cenizas de la erupción del volcán Vesubio.

Por lo pronto, después de serias discusiones históricas, ha brotado otra verdad: Catemaco significa: casas quemadas.

El presidente municipal de Catemaco tiene varias opciones: cubrir los restos arqueológicos de las casas con materiales de cal y cemento, continuar construyendo la línea del drenaje, o convertir el lugar, y quizás otros en la ciudad, en un centro de atracción turística que beneficiaría económicamente a los catemaqueños.

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